Un beso, dos besos, tres besos...

Estos días, el besuqueo llegará a su máximo esplendor. Feliz Navidad, besos. Feliz Año Nuevo, besos.

Al crecer en una época en la que los besos eran un asunto privado, casi confidencial, he pasado por varias fases ante la costumbre de besarse, que ha ido evolucionando hasta imponerse el beso social. Primero sentí una cierta incomodidad. Estaba educado en una discreta manifestación de sentimientos. Esa incomodidad duró hasta que comprendí que besarse no significaba la expresión de un afecto. Del mismo modo que darse la mano no era forzosamente ninguna señal de amistad. Era simple cortesía.

Lo que se hacía con los labios, ya no tenía ninguna intención sexualizada, ni tan siquiera sensual. De hecho, la inmensa mayoría de besos que hoy se dan en una reunión, o en la calle, no responden a la definición de beso, según la cual los labios se abren y se cierran en el momento de contacto con algo. En la práctica, a menudo no hay contacto con algo. Sí hay una cierta proximidad entre dos mejillas, pero el beso se da en el aire. Si realmente diéramos un beso directo, quiero decir presionando los labios contra la piel del otro, romperíamos las normas del beso descafeinado, que es el que ha triunfado.

Estoy seguro de que, solo en este año que termina, he besado y he sido besado mucho más de lo que lo han sido mis padres, abuelos y bisabuelos a lo largo de sus vidas, algunas francamente largas. Y que gracias a esta moderna costumbre he podido conocer una diversidad de perfumes femeninos considerable, no siempre discretos. Pero lo que importa es el gesto. Que, dicho sea de paso, no siempre es cómodo, a veces por culpa de algo tan habitual como la diferencia de estatura, que obliga a forzadas flexiones. Además, al encontrarse seis o siete personas, el besuqueo crea una inevitable confusión –cuando alguien intenta besar a alguien, es besado por otro-. Se producen los mismos obstáculos y choques que cuando un grupo alarga los brazos para brindar con una copa en la mano.

Cuando me encuentro por la calle con alguien que llevo tiempo sin ver, y va acompañado, es normal que me diga: “No sé si conoces a mi mujer…” Y automáticamente, vaya, tengo que acercarme a darle un beso. También es admirable ver en la televisión cómo se besan un consejero y una consejera, un ministro francés y una ministra noruega. Si no lo hacen, es como si estuviera a punto de declararse la guerra.

Así pues, un beso a todo el mundo y Feliz Navidad.

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Artículo de Josep Maria Espinàs,

publicado en El Periódico el 24 de diciembre del 2008.