La vida del bloc y el boli.

A veces me preguntan: "Y usted, cuando hace un viaje a pie, ¿lleva un bloc para anotar lo que le interesa?" Años atrás no me lo preguntaba nadie. Daban por hecho que si alguien quería recordar lo que había visto, o lo que había pensado, mientras daba una vuelta por Italia o pasaba unos días en París, apuntaban sus impresiones en un bloc o una libretita.

Esto es lo que han hecho, habitualmente, no solo algunos ciudadanos normales, sino también el escritor curioso, el explorador de territorios exóticos, el arqueólogo o naturalista que dedicaba largos ratos a la observación. Los "cuadernos de viaje" de determinadas personas son documentos de un gran valor literario, geográfico, histórico. Aquellas anotaciones son, a menudo, la base de un futuro texto más extenso que recogerá la interpretación científica de un fenómeno. Todo había empezado con un cuaderno y un lápiz.

No me imagino a mí mismo, caminando, deteniéndome regularmente para introducir mis impresiones en un ordenador portátil. El bloc y el bolígrafo, humildes como son, resultan muy prácticos. Incluso pueden hacerse esquemas de paisajes o añadir rápidamente una referencia tres páginas más atrás. Hay que procurar, eso sí, que letra sea mínimamente clara.

Me parece que ya se han terminado los manuscritos con correciones. En los textos picados en el ordenador, si se produce un error, se puede borrar, y del error ya no queda constancia. Solo podemos saber la última versión de un texto. El proceso mental de la escritura -que es un proceso que tiene paros, vacilaciones, dudas, modificaciones- ya no es visible. Conocer qué palabra o qué frase se ha sustitutido por otra, y deducir por qué, podría ser muy interesante para los estudiosos.

O sea que las tentativas y las versiones originales cada vez están menos documentadas. La imperfección va de baja. Quizá debe ser así. También desaparecen las firmas con la proliferación -tan útil, que conste, y a la vez tan fatigante- de los correos electrónicos. Ya no tenemos que decir nunca "esta firma es ilegible". Los emilios no llevan firma, ya no las hay ampulosas ni humildes, ni vulgares ni elegantes. Además, todo el mundo tiene la misma letra.

Pero todavía hay alguien que, cuando sale a hacer turismo, se lleva un bloc y un bolígrafo, y anota dónde ha comido, dónde se ha comprado un jersey, qué impresión le ha causado un castillo. Y envía una postal, que quizá es el último refugio de la escritura a mano.

Josep Maria Espinàs

publicado en el Periódico el 22 de marzo del 2009.

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Todavía escribo de vez en cuando en mis libretas,

y sé de gente que también lo hace en las suyas,

todavía envío postales cuando viajo,

aunque para enviarlas necesito una dirección.

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